domingo, 19 de octubre de 2014

Gala 35 Aniversario Compañía Nacional de Danza

Como broche final dentro de la celebración de su 35 aniversario, la Compañía Nacional de Danza ofreció en los Teatros del Canal de Madrid una Gala en homenaje a María de Ávila y Tony Fabre y fue precisamente la última interpretación, Minus,  tras casi cuatro largas horas de espectáculo la que se ganó el entusiasmo del público.
Foto: Jacobo Mediano

Lola Ramírez
La actual Compañía Nacional de Danza tiene sus orígenes en el año 1978, fecha en la que lleva el nombre de Ballet Nacional Clásico y tiene como director a un joven Víctor Ullate que trae consigo una amplia trayectoria internacional como bailarín. Formado por dos artistas tan reconocidos como diferentes: María de Ávila y Maurice Béjart, Víctor aprende lo mejor del uno y del otro y se convierte en un gran maestro de bailarines. En el espectáculo de los Teatros del Canal se hace un recorrido por las diversas etapas de la Compañía Nacional de Danza y se ofrecen diez coreografías que tratan de mostrar los diversos estilos dancísticos que ha interpretado la CND a lo largo de estos 35 años de vida: clásico, neoclásico y contemporáneo.

No hay duda de que los veinte años en los que Nacho Duato ha llevado el timón de este buque dancístico han dejado una impronta en la CND que vale la pena aprovechar. Cuando Tamako Akiyama y Dimo Kirilov Milev interpretaron Aimles, pieza coreografiada por el propio Kirilov, el público mostró sin reservas su entusiasmo, llenando la sala de bravos y aplausos. Tamako y Dimo transmitieron con su danza el mensaje de la pieza: “lo importante no es a dónde se va, sino con quién se va”. Ambos intérpretes tienen una danza ligera, volátil y llena de sentimiento. En una palabra: maravillosos. Nos hicieron vibrar en medio del absoluto silencio que se respiraba.
Tamako Akiyama y Dimo Kirilov. Foto: Fernando Marco

Cuatro piezas de clásico fueron la muestra de la nueva vertiente de la compañía, que empujada por diversos sectores y bajo la dirección de José Carlos Martínez hace un esfuerzo titánico por ofrecer a una parte del público lo que demanda: ballet clásico puro y duro. De estas cuatro piezas: Festival de las Flores de Genzano, El Corsario paso a dos, Raymonda Divertimento y El cisne, la que tuvo mayor éxito  fue El Corsario, gracias a la fantástica técnica de Yae Gee Park y Alessandro Riga, y no es de extrañar. Riga, en la CND desde 2013, es un bailarín italiano que en 2004 se graduó cum laude en el Teatro de la Ópera de Roma. Tiene en su haber prestigiosos premios como Danza & Danza, Positano, Adriana Panni o Spoleto Danza; ha bailado con figuras como Silvie Guillem o Carla Fracci y ha interpretado los principales roles del repertorio clásico y contemporáneo. En su ciudad natal, Crotore, le nombraron en 2012, “ciudadano ilustre”. Por algo será. Desde luego danzando es top ilustre. Por su parte, la dulce coreana Yae Gee Park tiene una doble vertiente que la hace deliciosa a la hora de interpretar un clásico: por un lado esa disciplina que conduce a los bailarines orientales tan cerca de la perfección y por otra un encanto particular que logra ese maridaje imprescindible para que el ballet clásico convenza: técnica y corazón.

Marlen Fuerte y Josué Ullate en Bolero (Foto: Raúl Montes)

En esta Gala del 35 Aniversario  de la CND no podía faltar una pieza de su primer director, Víctor Ullate. El coreógrafo aragonés eligió en esta ocasión Bolero. Con coreografía del propio Ullate y música de Ravel y Manisero, la pieza fue estrenada en la Ópera de Vichy el 19 de julio de 2013. El cuerpo de baile del Ballet de la Comunidad de Madrid juega en esta pieza el rol de telonero para que brillen a placer los dos intérpretes principales: Marlen Fuerte y Josué Ullate, dos cuerpos esculturales ejecutando una danza exacta, limpia, repetitiva a veces y acrobática en algunos momentos. Bella, muy bella, pero algo fría.

De toda la Gala de este 35 Aniversario, fue la última pieza Minus 16, de Ohad Naharin la que puso sobre el escenario a la auténtica Compañía Nacional de Danza. Naharin utiliza un lenguaje único de movimiento que rompe con los viejos hábitos, empujando a los bailarines a desafiarse a sí mismos de maneras nuevas y diferentes. La obra es única debido a la ruptura de la separación habitual entre intérpretes y espectadores. Los bailarines bajan del escenario y vuelven a él acompañados de personas del público que han elegido, no sabemos si aleatoriamente o no. Se juntan en el escenario jóvenes y no tan jóvenes, flacos y no tan flacos, pero todos se dejan impregnar de la seductora marcha de la compañía, con una veracidad tal que los que estaban sentados en su asiento del patio de butacas, es decir, la mayoría, sintieron un irreprimible deseo de lanzarse a bailar, unas ganas viscerales de que aquello no se terminara. Aquella danza final entre profesionales y amateurs mostraba curiosamente una coreografía ordenada, tal y como si así lo hubieran ensayado. ¿Era verdad o era mentira? Aquella señora que parecía que no sabía qué hacer y que se quedaba paradita frente al público para luego despegar como una de las maduritas damen del Kontakthof de Pina Bausch. Un broche final prácticamente perfecto, tanto es así que las cuatro horas de espectáculo que en algún momento, todo hay que decirlo, se hicieron largas, en el momento final se tornaron efímeras.



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